lunes, 21 de noviembre de 2016

Se abre el telón

El viernes fui al teatro, un teatro "alternativo", una sala de la que no tenía noticia. Iba con poco ánimo, más bien me llevaban, con el cansancio arrastrado de toda la semana y el resfriado ya eterno. No hubiera ido de no ser porque ya tenía entrada. A pesar de que la obra, que era un estreno estreno, no me convenció, lo que experimenté valió la pena (lástima que me venga la horrible canción de Marc Anthony a la cabeza).

Nos sentamos en tercera fila. En las dos primeras filas se instalaron jóvenes perrofláuticos con sus pírsines, sus rastas, sus tatus, sus sonrisas y emociones. Me resultó entrañable. Los observé atenta e hipnotizada, me conmovió, me inspiró ternura, en ellos me veía, veía a amigos y amigas, mi veinteañez, las relaciones excitantes, los deseos, las novedades, las atracciones físicas y mentales, las ganas de verse, de estar, la emoción de los encuentros, las secretas intrigas, el esfuerzo por el comentario acertado, las caiditas de ojos, los gestos ingenuamente sexuales. La juventud se presentaba ante mí palpable, social y universal. En un instante me pasaron mil imágenes de mí misma y de otros, pasajes, historias, tactos, ilusiones, expectativas, comienzos, descubrimientos, juegos engranados en coreografías perfectas de inocencia, curiosidad y deseo. Me invadió una gran ternura, una sensación de pertenencia a un universo plácido de amor y frescura. Fue una sensación intensa y consciente, muy agradable, sin atisbo de nostalgia ni de envidia. Me sentí feliz y me hizo pensar. En algún momento, la humanidad perdió el sentimiento de formar parte de un todo interdependiente, un todo necesario y compatible y empezó a sentir el ansia de ser joven y vivir para siempre, de competir con el destino, de disfrazarse, de negarse. ¿Cuándo lo joven empezó a ser motivo de competencia, rivalidad, negación, quimera y lo viejo motivo de desdén, desprecio, rechazo, aprensión?

Observaba a aquellos tiernos cachorros y pensaba cómo debían vivir los pueblos antiguos (o las tribus modernas que sobreviven al infierno civilizado) y cómo vivimos nosotros, los "black mirrors", los que hemos heredado toda la basurilla del patriarcado, el capitalismo y la religión, los que hemos borrado el instinto animal de nuestros genes (¡qué indefensos nos hemos quedado!), los que no hemos conocido la tradición oral de nuestros sabios y analfabetos predecesores. ¿Cuándo dejamos de vivir en comunidad, en alianza consensuada de supervivencia? ¿Cuándo dejamos de cuidarnos, de apoyarnos, de enseñarnos, de salvarnos, de curarnos? ¿Cuándo dejamos de aprendernos?



5 comentarios:

  1. Que bien escribes "jodía"! Me encanta el texto, el fondo y la forma.Yo tambien experimento esa sensación en las aulas.

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    1. Gracias, Lavinia, cualquier refuerzo de autoestima es poco. Un saludo ;-)

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  2. esta part que escrius m'encante:
    En algún momento, la humanidad perdió el sentimiento de formar parte de un todo interdependiente, un todo necesario y compatible y empezó a sentir el ansia de ser joven y vivir para siempre, de competir con el destino, de disfrazarse, de negarse. ¿Cuándo lo joven empezó a ser motivo de competencia, rivalidad, negación, quimera y lo viejo motivo de desdén, desprecio, rechazo, aprensión?

    quanta raó i quan per canviar-ho

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    1. açò de que el meu nom és calzando cuerpos, pues como que... no sé, vaja que no és meu.
      Jose(p)

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    2. Gràcies, me n'alegre molt que t'agrade <3

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